B) Escultura. La escultura adquiere
un importante valor en los siglos del arte románico. Su incorporación embellece
el edificio mientras desempeña una función didáctica para ilustrar al creyente acerca
de los nuevos contenidos dogmáticos e iconográficos del momento.
Técnica. De forma general los escultores románicos trabajan el relieve, al
igual que sucedía en el periodo prerrománico. Estos artistas se inspiran en los
modelos heredados del arte romano y en las artes aplicadas del prerrománico,
pero las formas están supeditadas tanto al material empleado como al espacio
arquitectónico al que van destinadas. Gracias al intercambio favorecido por las
rutas de peregrinación, ciertas formas de trabajar la piedra se fueron imponiendo
y la escultura románica comenzó a manifestar signos de recuperación de la
técnica visibles en el mejor tratamiento de los rostros, disposición de las
figuras o el realismo de los paños.
Ubicación arquitectónica. La decoración escultórica se concentra en los
capiteles de las columnas, en las jambas y arquivoltas de las fachadas y en los
tímpanos de las mismas, y esta colocación determina su forma y su adaptación al
marco. También esta disposición permite la colocación de los mismos temas en
los mismos espacios. De esta manera, en las fachadas occidentales de los
templos podemos ver como el Juicio Final, el Pantocrátor o el peso de las almas
ocupan los tímpanos; los apóstoles y profetas, las jambas; y el Cristo
Majestad, el parteluz.
Con el paso del tiempo, a la decoración arquitectónica en relieve se
añadirá la destinada a la decoración de los altares que se realizará en madera
policromada y estará constituida por imágenes de Cristo o frontales de altar.
Iconografía. El escultor se inspira en fuentes diversas como los textos
bíblicos (Antiguo y Nuevo Testamento, Apocalipsis), los Evangelios apócrifos
(ampliamente difundidos por los monjes de Cluny), los bestiarios (de origen
oriental en los que se describen diferentes animales que personifican Los
vicios y las virtudes del hombre). Los temas más frecuentes son el Juicio Final
representado como el Cristo pantocrátor rodeado por el tetraworfos (las imágenes
de los evangelistas), los veinticuatro ancianos del Apocalipsis y las figuras
de los justos y los condenados al fuego eterno.
También podemos encontrar el crismón o anagrama de Cristo, tema de origen
paleocristiano, el Crucificado (con cuatro clavos, vestido y con los ojos
abiertos, expresión de su triunfo sobre la muerte), solo o asociado al Calvario
o el Descendimiento. La Virgen sigue la iconografía bizantina de la Kiriotissa
o trono de Dios, con una gran frontalidad y una total ausencia de relación con
el Hijo que lleva en brazos.
Otros temas son los ciclos de la infancia, pasión y muerte de Cristo, y
algunas leyendas hagiográficas, especialmente aquellas que hacen referencia al
martirio de los santos.
Función didáctica como vehículo de contenidos simbólicos. De ahí la proliferación
de alegorías: el triunfo sobre la muerte en los ojos abiertos del Crucificado,
la identificación de Dios con el pelícano que se pica la sangre del pecho para
alimentar a sus hijos, la unión del crismón y del león para representar a
Cristo, como el león fuerte de la tribu de Judá; las sirenas son las
tentaciones y los monstruos los pecados y los vicios (y se muestran al creyente
en los modillones o capiteles de algunas iglesias).
Todas estas imágenes sirven como vehículo de un mensaje relacionado con el
triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte.
Estética. Dada la finalidad y el carácter de la representación, resulta
lógica la despreocupación por la belleza formal, ya que lo que interesa no es
la imagen en sí misma sino los contenidos expresivos y simbólicos que transmite.
Por ello parece lógica La despreocupación formal heredada en buena medida de la
iconografía bizantina. Esta consideración determina una percepción incorrecta
del espacio y el empleo de ciertas perspectivas condicionadas tanto a los
convencionalismos iconográficos —caso de la perspectiva jerárquica— como a la
función docente que quieren ejercer —la perspectiva abatida que muestra al
espectador lo que comúnmente el ojo no puede ver, volcando mesas en la última
cena o lechos para contemplar la imagen del difunto.
A finales del siglo XI, las formas románicas evolucionan hacia un mayor
naturalismo que las entronca con el estilo gótico que ya se había desarrollado en
Francia. Las características que comparten son la siguientes: 1) mayor
individualización de los rostros; 2) progresiva independencia del marco
arquitectónico; 3) tratamiento detallado de los ropajes y 4) naturalismo tanto
en las expresiones de los rostros como en las relaciones entre las figuras que
forman parte de un mismo conjunto escultórico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario